Ayer todo salió diferente. Ayer quería decirte que este texto estaba listo. Ojalá, como tu trabajo, directo y diáfano. Lo leí, como siempre varias veces, pero lo rompí en miles de teclados de suprimir. Entonces, recomencé, quizá como tú lo has hecho tantas veces que - que al visitarte - encontraba que los trabajos ya estaban terminados y tú, con sobriedad, insistías que le faltaba aquí y acullá. Pese a todo, calculé que - por primera vez - , texto y obra se habían distanciado. Ya no habíamos seguido el derrotero anterior. Éramos otra vez, independientes. Ya, ni siquiera el taller tuyo, donde han fluido por años las conversaciones, era el sitio de común encuentro. Pero, las ideas seguían dando vueltas y no se circunscribían a un eje central, porque como es habitual en tu trabajo desarrollas varios aspectos a un mismo tiempo con la gran cualidad de mantener la concentración centrífuga. En cambio, al que escribe le puede pasar lo contrario, aunque tus obras siguen siendo
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